Por Manuel Nacinovich
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25 partidos invictos y ahí va. Desde 2019 que no pierde un partido, cuando no pudo contra Brasil por las semifinales de la Copa América. La Selección Argentina transita una etapa de plenitud. Porque se sabe auténtica, se reconoce en un estilo de juego y, después de un largo proceso, hoy tiene clara su identidad.
Aunque el partido de ayer contra Perú haya ido desluciéndose con el correr de los minutos, Argentina volvió a confirmar dinámicas colectivas que consolidan esa identidad. No logró repetir la brillante actuación frente a Uruguay, pero sí reivindicó uno de sus axiomas y le dejó claro a Sudamérica que no le gusta que le saquen la pelota: si la pierde, la recupera. Cuanto antes. Ese, quizá, haya sido el punto más alto del equipo ayer.
Es que la presión tras pérdida del conjunto de Scaloni fue infernal. Un sistema automatizado en el que las partes se ajustaban, rápidas y efectivas, para coartar cualquier avance que Perú intentara hacia el arco de Emiliano Martínez. Al igual que contra los del Maestro Tabárez, Argentina no dejó opción al rival. Si perdía la posesión, activaba mecanismos intensos y veloces para recuperar la pelota y, consecuentemente, el protagonismo.
Es que la decisión de robar lo más rápido posible se fundamenta en una idea central: la dominación, el protagonismo. Es ahí donde confluye la capacidad táctica con la capacidad emocional. Lo conceptual se complementa con lo anímico. El combinado nacional se siente superior, y porque se siente superior, quiere dominar. Y para dominar, tiene claro que necesita de la posesión de la pelota. Sabe que, una vez con ella, tiene recursos de sobra y pares de pies exquisitos que encontrarán qué hacer con ella.
Superioridad emocional y organización táctica, entonces, como vehículo para una presión tras pérdida voraz. El involucramiento fue total: los 11 jugadores, desde un Martínez al otro, comprometidos en el robo. La transición ataque-defensa (es decir, pasar a defender luego de estar atacando) fue muy efectiva. La fase del juego que mejor dominó. Argentina se comprimía rápido y dejaba esa amplitud que busca cuando se lanza hacia el arco rival, para formar un bloque compacto, con líneas de delanteros, volantes y defensores bien juntas.
El compromiso, entonces, fue total. La primera instancia de presión era ejercida por Lautaro Martínez, solidario y sacrificado trabajo del 9, y un Ángel Di María que hizo un esfuerzo enorme atorando los primero pasos que intentaba dar el equipo peruano no solo por el centro, sino también por la banda izquierda. Enfrente suyo, del otro lado, un sólido Leandro Paredes demostraba cualidades de volante con recuperación plantado en la mitad de la cancha. Desde la izquierda asomaba un Gio Lo Celso atento y, desde la derecha, el hombre máquina: Rodrigo De Paul, la rueda de auxilio de Scaloni. Por supuesto, merodeando siempre estaba Leo, intimidante solo con su presencia cercana.
Las líneas del conjunto albiceleste se contraían desde adelante, pero también desde atrás. Con Cuti Romero y Otamendi a la cabeza, la columna defensiva no bajó nunca la guardia y achicaba cuando debía. Con gran timing, ambos centrales estuvieron atentos permanentemente a dar esos pasos hacia adelante y reducir aún más los espacios que el conjunto peruano pudiese aprovechar, apostando también al offside. A veces formando una línea de tres, Acuña y Molina detectaban cuándo debían cerrarse.
Al fondo, Dibu. Custodiando el área y con la guardia alta por si sus dos laderos defensivos, que jugaban tan adelante, eran filtrados por los rivales. Por eso el involucramiento total. De un Martínez a otro, la Selección se agazapaba.
Ese compromiso colectivo era el que le permitía generar constantemente superioridad numérica en distintos sectores del campo. Rápido para cortar todo avance de los dirigidos por Gareca, siempre involucraba a más de un jugador propio en la presión. Marcando de manera escalonada, tapándole líneas de pase o rodeando al poseedor de la pelota, Argentina nunca quedaba en inferioridad.
Minuto 21 del primer tiempo. Centro del campo. Perú intenta iniciar con tres de sus volantes. Lautaro, Di María, Lo Celso, Paredes y De Paul lo asfixian. Cinco argentinos contra tres peruanos. Apenas una imagen, de las más contundentes que dejó el partido, representativa del plan de la Selección.
Argentina construyó una identidad. Puede brillar como contra Uruguay, puede distenderse como contra Perú. De la intensidad contra la “Celeste” al apagamiento en el segundo tiempo contra la “Blanquirroja”. El desafío será mantener, lo mayor posible, ese estatus de competitividad y voracidad. Eso sí: siempre buscando la pelota.