jueves 28 de marzo de 2024

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José de San Martín: exilio y nostalgia

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Por Daniel Reynoso

Tras declarar la independencia del Perú en 1821 y ceder a Simón Bolívar la conclusión de la campaña libertadora de América del Sur, el General Dn. José de San Martín decidió retirarse del cargo de Protector del Perú para volver a nuestro país. Llegó a Mendoza en enero de 1823, desde donde pidió permiso a las autoridades de Buenos Aires para volver a la capital y reencontrarse con Remedios de Escalada, su esposa, quien estaba gravemente enferma. Bernardino Rivadavia, rechazó este pedido argumentando que su seguridad estaba en peligro ya que corría el riesgo de ser enjuiciado por su apoyo a los caudillos del interior, quienes exigían un gobierno federal y no unitario.

Asumiendo el riesgo el General decidió viajar a Buenos Aires, pero al llegar su esposa ya había fallecido. Desanimado por las luchas intestinas entre unitarios y federales, San Martín decidió marcharse del país con su hija Mercedes, quien en ese momento tenía apenas siete años.

Durante ese periodo la vida de San Martín fue bastante modesta y sus ingresos apenas le alcanzaban para educar a su hija. En 1827, ofreció sus servicios nuevamente para participar en la guerra contra el Imperio del Brasil, pero el conflicto finalizó.

En marzo de 1829 se embarcó directamente a Buenos Aires al saber que había estallado nuevamente una guerra civil. Su intención era la de mediar en el conflicto, y se mantuvo de incógnito en el barco hasta que fue descubierto. Su antiguo subordinado, Juan Lavalle, había derrocado y fusilado al gobernador Manuel Dorrego. Ante la imposibilidad de continuar con éxito su campaña, Lavalle solicitó apoyo a San Martín y le ofreció la gobernación de la provincia de Buenos Aires. El General rechazó dicho ofrecimiento argumentando que “… jamás desenvainará su espada para combatir a sus paisanos…”.

Pese a los ruegos de sus amigos para que se quedara, una vez más, desalentado por las luchas internas, San Martín volvió definitivamente a Europa. Nunca más retornaría a Argentina.

SAN MARTÍN EN FRANCIA

A pesar de la decepción que le producían los conflictos internos en Buenos Aires, San Martín siempre sintió una profunda nostalgia por su tierra. Jamás perdió el contacto con sus amigos, quienes lo mantenían al tanto de lo que acontecía.

De esta forma cuando se produjo el bloqueo francés en 1838 San Martín dio su apoyo a la política exterior de Rosas sin que esto como bien dijera lo convirtiera en rosista. En su carta a su amigo Gregorio Gómez le manifestaba: “Tú conoces mis sentimientos y por consiguiente yo no puedo aprobar la conducta del general Rosas cuando veo una persecución general contra los hombres más honrados de nuestro país; por otra parte el asesinato del doctor Maza me convence que el gobierno de Buenos Aires no se apoya sino en la violencia. A pesar de esto, yo no aprobaré jamás el que ningún hijo del país se una a una nación extranjera para humillar a su patria.”

También criticó la política religiosa de Rosas que incluyó el reestablecimiento de las relaciones con el Vaticano, rotas en 1810. Decía el “Santo de la Espada” en una carta a su amigo y por entonces ministro de Relaciones Exteriores de la Confederación, Tomás Guido: “¿Están en su sana razón los representantes de la provincia para mandar entablar relaciones con la Corte de Roma en las actuales circunstancias? Yo creía que mi malhadado país no tenía que lidiar más que con los partidos, pero desgraciadamente veo que existe el del fanatismo, que no es un mal pequeño”. Seguidamente ironizaba largamente sobre sus méritos para ser nombrado obispo de Buenos Aires, lo que manifestaba claramente su pertenencia a la Masonería.

Durante su estancia en Grand Bourg recibió la visita de varios personajes exiliados en Europa, como Juan Bautista Alberdi en 1843 y del futuro presidente Domingo Faustino Sarmiento, entre 1845 y 1848.

Juan Bautista Alberdi lo notó por momentos melancólico y no podía terminar de creer la ingratitud de la clase dirigente de su patria para con el que llamaban su padre: “El general San Martín habla a menudo de la América, en sus conversaciones íntimas, con el más animado placer: hombres, sucesos, escenas públicas y personales, todo lo recuerda con admirable exactitud. ¿Será posible que sus adioses de 1829 hayan de ser los últimos que deba dirigir a la América, el país de su cuna y de sus grandes hazañas?”

La estadía de San Martín en Boulogne-sur-Mer duró sólo dos años. El 17 de agosto de 1850 a las tres de la tarde, el gestor de la Independencia de Argentina, Chile y Perú falleció a los 72 años en compañía de su hija Mercedes y de su yerno.

En su testamento manifestó que “… desearía que mi corazón fuese depositado en Buenos Aires”.

Cuando en 1880 llegaron desde Francia los restos mortales de José de San Martín, Domingo Faustino Sarmiento, ataviado con su uniforme de general de brigada, recibió en nombre del Ejército a quien había sido su jefe más insigne.

En aquella ocasión el viejo luchador subrayó una amarga costumbre argentina: la de proscribir al adversario en los hechos o en la memoria colectiva: "A nombre de la presente generación, recibimos estas cenizas del hombre ilustre, como expiación que la historia nos impone de los errores de la que nos precedió [...] Que otra generación que en pos de nosotros venga no se reúna un día en este mismo muelle a recibir los restos de los profetas, de los salvadores que nos fueron preparados por el genio de la Patria y habremos enviado al ostracismo, al destierro, al desaliento y a la desesperación".

Ese desafío expresado por Sarmiento de no repetir los errores históricos es el que todavía se encuentra pendiente de resolución en nuestro país.

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